El transporte en Bogotá siempre ha sido una de las discusiones que han tenido los gobernadores. Durante toda su historia, no se ha encontrado un servicio que solucione totalmente los problemas de movilidad y una de las soluciones que se plantearon fueron los trolebuses.
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Desde la década de los 50 se vio la necesidad de crear un sistema masivo cuando se formó el Distrito Especial de Bogotá, que incluía Usaquén, Suba, Bosa, Fontibón y Engativá. Las primeras líneas que se instalaron de los trolleys fueron en 1948.
Estos buses funcionaban con corriente eléctrica que se entregaba por medio de un sistema que estaba ubicado en la parte de arriba del articulado. Esto después de unos años se conoció como las tirantas.
Estos cables colgados daban la energía a los buses y se delimitaban las rutas de los buses, ya que solamente se podía transitar por un carril.
Estos buses tenían unas ventajas, pues aportaban a la reducción de la contaminación. Esto porque funcionaban con electricidad y no emitían partículas contaminantes al medio ambiente.
Por este motivo, se perfiló como una buena alternativa para la ciudad ya que se consideró un transporte ecológico y eficiente.
Además, tampoco generaban mucho ruido, un factor que les gustaba mucho a los ciudadanos. También, se consideraban muy seguros, pues no excedían la velocidad promedio.
Aunque se veía como una buena opción de transporte, también se podían presentar situaciones particulares. En ocasiones las tirantas se soltaban, por eso, el conductor se tenía que bajar y acomodar los cables.
Esto hacía que los pasajeros tuvieran retrasos para llegar a sus hogares o lugares de trabajo.
Además, una de las consecuencias de que funcionaran con electricidad era que cuando se iba la luz, estos vehículos dejaban de funcionar y se tenía que esperar hasta que volviera la luz para seguir el recorrido.
Estos vehículos funcionaron hasta el 15 de agosto de 1991 y se sacaron porque se estaba buscando la expansión de los vehículos de gasolina en Bogotá. Muchos de los buses terminaron como chatarra o desvalijados en parqueaderos del distrito, que se les llamó ‘cementerios de trolleys’.
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