Si hay algo que realmente ha marcado a quienes nos gusta el fútbol han sido estos dos meses de aislamiento social y futbolístico.
Nadie en su sano juicio, o incluso sin estarlo, se hubiera imaginado que llegaría un momento cercano en el que por más de dos meses no veríamos nuestra cascada pero amada Liga local; que no nos levantaríamos los fines de semana para ver la Premier, más aún cuando volvía el Bambino Pons a cantarnos por las mañanas; que esos martes y miércoles de Champions, que servían como digestión del almuerzo o para hacer más llevadera una clase, quedarían sólo en el recuerdo; que las noches entre semana de Libertadores se desvanecían y nos dejaban sin ver a su máximo exponente Felipe Melo; que se aplazaría la Copa América en Colombia, aplazando también la posibilidad de poder ver a James, Falcao y JuanFer juntos otra vez, sin lesiones; que el fútbol y la vida, pero sobre todo lo primero, se convertirían en días de paciencia para buscar nuevamente la normalidad, aunque sigo pensando que la normalidad era el problema.
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Pues bien, creo que hay algo aún más triste que todo lo que dije anteriormente: no poder jugar fútbol. En Inglaterra existe algo que llaman ‘Sunday League’, pero que, para fortuna nuestra, en el país del Sagrado Corazón tenemos la dicha de no tenerlo solamente los domingos. Les hablo de los partidos de amigos, de barrio, de esos que se juegan por el Gatorade o la pola del tercer tiempo.
Para quienes jugamos fútbol amateur, y bien amateur, un torneo de ‘Sunday League’ se vuelve una rutina gratificante. Los torneos aficionados dejan ver lo más puro de este deporte; como lo es la felicidad que genera salir campeón con los amigos; la tristeza existente cuando, sin poder seguir las indicaciones de algún profe, no se dan las cosas, los resultados; la traición que se siente cuando confirman 15 y el equipo juega con 9 debido que Judas se hizo sentir 6 veces; la experticia de catar tufos en los tiros de esquina para saber cuál jugador del equipo rival se encontraba más disminuido; tener una gran cantidad de directores, más bien poco técnicos, dentro del equipo, que cada uno dice algo distinto pero que todos se creen Beckenbauer.
No es necesario tener una zurda como la de Messi, un físico como el de Cristiano, una convicción como la de Falcao o una mente como la de Busquets para extrañar jugar al fútbol.
Sé del caso, por ejemplo, de un lateral con salida los viernes que haría hasta lo imposible hoy en día por dejar la vida en un partido recreativo. Como decía Gerardo Bedoya, esto es lo bonito del fútbol. Que, además, como bien lo dijo Forlán: es el psicólogo más barato.