El esposo amoroso, el padre dedicado y consagrado, el infatigable empresario y funcionario público, el exministro Echeverri Mejía, ese que muchos conocían como el Ratón Echeverri y sus nietos como Toto, estaba secuestrado por las Farc y doña Marta, sus hijos y sus nietos se dedicaron por entero a mantener la fortaleza de espíritu de marido-padre y abuelo, y viva la ilusión de rencontrarse después de esa retención ilegal y prolongada.
El 21 de abril de 2002 había sido secuestrado con engaños por los guerrilleros cuando el entonces asesor de paz de Antioquia lideraba una marcha de reconciliación, de paz, entre Medellín y el municipio de Caicedo, occidente de Antioquia. Acompañaba a su jefe el entonces Gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria Correa (Medellín, 27 de noviembre de 1962- Urrao, 5 de mayo de 2003).
Trece años después, doña Marta conserva la discreción que la caracteriza y el inconmensurable por esa familia que formó con Toto, a quien recuerda siempre.
Doña Yolanda Pinto de Gaviria vivió ese mismo drama, esos mismos 380 días de cautiverio de su marido. Más de un año de intensa angustia de no tenerlo cerca, la ansiedad por vivir a su lado el reciente matrimonio que había logrado y alcanzar de nuevo la maternidad con el hombre que amó desde cuando lo conoció. Guillermo Gaviria Correa era el gobernador de Antioquia, elegido por votación popular y un enamorado de la paz, de la reconciliación, de la filosofía de la Noviolencia, misma que pregonaba con convicción y practicaba con serenidad y pasión.
Trece años después, la abogada y exsenadora Yolanda Pinto ha dicho –a través de Caracol Radio, precisamente- que ha perdonado, que ese perdón la ha sanado y que ese perdón es el aporte a la paz del país.
En diálogo con Caracol Radio confesó: Yo tomé el camino del perdón. “Si no perdonamos nuestras vidas se convierten en un infierno. ¿Qué hacen las personas que no otorgan el perdón?, ¿Dedicar todos los días en odiar a los que nos hicieron daño y en buscar como vengarnos? Yo creo que eso es un infierno. Yo tomé el camino del perdón, a pesar del dolor inmenso que me causaron y que todavía siento en el corazón. Yo no quería que todo se volviera un infierno, yo quiero vivir mi vida sin odiar, y así lo he logrado. Hoy, 13 años después, tengo mi corazón en paz, no odio y no busco venganza, solo anhelo la reconciliación y espero que este conflicto que me quitó a Guillermo se acabe por la vía del diálogo como lo soñó Guillermo”, confesó la exsenadora Pinto Afanador (Yo tomé el camino del perdón, dice viuda del ex gobernador Gaviria)
Las historias de Guillermo y Gilberto se cruzaron en la Gobernación de Antioquia, donde el exministro también había sido jefe de la Administración Departamental. Por su convicción en que los problemas de violencia en el país se podían resolver con el diálogo y tenían que ser una política de Estado (como lo reafirmó siendo ministro de defensa nacional) Gilberto Echeverri aceptó ser consejero o asesor de paz de Guillermo Gaviria y emprendieron ese trabajo-apostolado por la paz en la región.
Y en el sitio Mandé, una vereda de Urrao, Antioquia, el 5 de mayo de 2003, fueron asesinados por las Farc mientras estaban en cautiverio. Esa situación, la del secuestro, la compartían con ocho policías y militares que también fueron fusilados por los guerrilleros, en medio de un intento de rescate que organizó el Ejército por orden del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez.
Don Jaime Jaramillo Panesso siempre esperaba el regreso de su hijo Fidel Jaime Jaramillo Galvis de las correrías que su oficio de tecnólogo agropecuario le obligaban a hacer en por carreteras y caminos del oriente y suroriente de Antioquia.
Abogado, Facilitador de paz, escritor, columnista, analista político, don Jaime desahogó en una columna periodística su dolor de padre: A la vereda San Juan, entre el Carmen de Viboral y La Unión, Antioquia, “apareció un grupo de guerrilleros del frente 47 de las Farc, que dirige la curtida comandante Karina… “Entonces lo fusilaron en la misma orilla del carreteable. Con un Galil de grueso calibre le apuntaron al occipital. Otros tres tiros en el tórax remataron la tarea eliminatoria de un peligroso enemigo”.
En esa misma columna dejó para siempre su tristeza y su exhortación: La comandante del frente 47 de las Farc lleva el alias de Karina. A ella le increpo: ya puse mi cuota de guerra, un plante de vida descuajado en sangre. ¿Cuándo va a poner usted su cuota de paz, aportando su plante de vida para con los civiles, para con los inocentes, para con las ciudadanas y ciudadanos desarmados?”
Años después, el 18 de mayo de 2008, en esa misma zona del suroriente de Antioquia, Elda Nelly Ávila Moreno, alias Karina, se entregó a las autoridades de la Cuarta Brigada del ejército, se desmovilizó y se acogió a los procesos de reinserción a la vida civil (Se entregó alias ‘Karina’, comandante del frente 47 de las Farc)
“Yo como víctima me siento frustrado frente a las Farc por ellos no han asumido ni el perdón ni el arrepentimiento ni la reparación de las víctimas. Ellos han tomado el camino más corto, el de autodenominarse víctimas y no victimarios. Eso es un desafío y una bofetada de las víctimas de las Farc, y no podemos contentarnos solo con la presencia de ellos en las justas electorales… No espero nada de ellos, de las Farc, porque no es reparación económica sino reparación moral, y que digan la verdad sobre los dolores causados a las víctimas…”, confesó a Caracol Radio el abogado Jaramillo Panesso, exintegrante de la Comisión Facilitadora de Paz de Antioquia, y negociador de paz con el ELN en Alemania.
El jurista antioqueño reconoció que el día de su desmovilización, alias Karina pidió perdón por los hechos criminales y las acciones violentas que cometió durante su trasegar por las montañas y áreas rurales de los departamentos de Antioquia y Caldas como comandante del Frente 47 de las Farc. Sin embargo, también lamentó que el Secretariado de las Farc nunca ha tenido el mismo gesto de paz, perdón y reconciliación con todas las víctimas.
Bojayá, Chocó, vivía con relativa tranquilidad aunque con la convicción de que cerca su comunidad acechaban el peligro y la violencia.
Cuando el dos de mayo de 2002 unas 150 personas se arracimaron dentro de un templo, en el caserío de Bojayá, Chocó, para protegerse de la violencia de unos combates entre bandas delincuenciales, jamás pensaron que ese sitio donde se congregaban para orar también sería el altar de su muerte, el sitio donde serían heridos o donde incubarían para toda la vida el dolor por la pérdida de sus hermanos.
Pero Bojayá se estremeció ese día. Un cilindro bomba lanzado por las Farc hacia el interior de la edificación religiosa acabó con 119 de los habitantes, en su mayoría mujeres y niños, y el dolor dejó su aguda huella sobre una comunidad que no solo los vio morir sino que debió salir de sus casas y del propio templo a atender a los numerosos heridos que dejó violento zumbido de pólvora y metrallas.
Como muchos poblados colombianos que salieron del anonimato por las duras incursiones de las Farc con su estela de destrucción y muerte, de víctimas por doquier, también Bojayá fue conocido por el país y el mundo debido al dolor que sufrió su comunidad y hasta sus íconos religiosos destrozados por la violencia de un artefacto explosivo.
Miembros del Secretariado de las Farc han reconocido lo de Bojayá, ese dramático hecho de violencia guerrillera contra la población civil, como un episodio que obligada a las disculpas públicas y al perdón de sus víctimas. Los enviados de las Farc a Bojayá pidieron perdón. La comunidad los acogió con nobleza y esperan que no se repitan JAMÁS estas acciones y que la comunidad pueda vivir en paz y sin zozobra.
El sacerdote católico Antún Ramos era el párroco de Bojayá ese día de la violencia terrorista y vivió en su piel la dureza de una acción criminal contra sus feligreses que pretendían resguardarse y sentirse seguros en su templo parroquial, en la Casa de Dios. El religioso salió en defensa de sus paisanos, de su grey y además atendió a las víctimas que más necesitaban ayuda por su dolor, sus heridas y su desamparo. Sufrió con ellos, buscó la mayor solidaridad de su pueblo de Chocó y del país. Clamó ante los victimarios por el cese de las hostilidades.
Hoy siente que el silencio de los fusiles y las explosiones, el cese de la violencia guerrillera y la consolidación de la paz a través de un acuerdo con el Estado es la mejor noticia, la buena nueva que estaban esperando, allá en Bojayá y en toda la nación colombiana.
Esto le dijo el padre Ramos a Caracol Radio al conocer el fin de las negociaciones de paz en La Habana y la firma de los Acuerdos para la terminación del conflicto: “Es una noticia que estamos esperando no solo las victimas de Bojayá, sino todo el país. Nos traerá alegría y esperanza para ver luz al final del túnel. Por eso, invitamos a los otros grupos que afectan a la población, especial a la población pobre, que se unan a la noble causa de reconocer que esta forma de proceder no es la correcta y este gran paso que dan las Farc y el Gobierno Nacional sea lleno de esperanza para los colombianos”.
Doña Emperatriz Castro de Guevara trasegó durante más de una década por casi todo el país, pero especialmente en los sitios cercanos a las Farc para que los guerrilleros le aliviaran su inmenso y profundo dolor de madre. Desde el primero de noviembre de 1998, cuando un comando guerrillero de las Farc se tomó a ciudad Mitú, capital del departamento Vaupés, doña Emperatriz no tuvo un solo día de sosiego en la búsqueda de su hijo el entonces capitán Julián Ernesto Guevara Castro, quien pertenecía a la Policía de esa ciudad y fue secuestrado por los guerrilleros.
Un hecho inolvidable. “Un hijo nunca se olvida”, declararía doña Emperatriz Castro a los medios de comunicación mientras proseguía en su lucha por la liberación de su hijo, y luego, al enterarse de la muerte del oficial por dolorosa enfermedad, buscando la recuperación de sus restos para sepultarlo cerca de ella y de su nieta, la hija del policía muerto en cautiverio el 28 de enero de 2006, cuando había cumplido 40 años.
Pese a que había muerto, la agrupación guerrillera demoró un largo tiempo para entregar los restos del oficial y eso mantuvo también la herida y el dolor de su señora madre, los ocho hermanos y la hija del uniformado que fue ascendido el forma póstuma al rango de teniente coronel.-
Madres, padres e hijos que el país conoció luchando por la libertad de sus hijos secuestrados: Doña Yolanda Pulecio (mamá de Íngrid Betancourt); doña Clara González (mamá de Clara Rojas), el profesor Gustavo Guillermo Moncayo (padre de Pablo Emilio Moncayo); Adela Correa de Gaviria (mamá de Guillermo Gaviria), doña Marta de Lizcano y su hijo Mauricio Lizcano –hoy presidente del Congreso colombiano- (esposa e hijo de Óscar Tulio Lizcano), los hijos de los congresistas Gloria Polanco y Jorge Eduardo Géchem, la familia del exgobernador Alan Jara; el pequeño Andrés Felipe Pérez (entonces de 12 años) recorrió el país pidiendo la libertad de su padre el policía José Norberto Pérez, a quien no pudo conocer porque murió en cautiverio, Johan Steven Martínez, hijo de hijo de Libio José Martínez…
Y cientos de miles de colombianos anónimos que fueron secuestrados por las Farc que no lograron espacios en los medios de información o no contaron esas historias de dolor, de separación, sufrimiento, olvido y muerte.
Adriana García Mugno, Alejandro Guzmán Cruz, Alejandro Ujueta Amorocho, Ana María Arango, Andrés Ruiz Aristizábal, Óscar Enrique Barbosa y Rafael Anaya son nombres que quizá hoy no digan mucho a los colombianos y a nuestros lectores en Caracol Radio. Pero ellos y otras 30 personas murieron el 7 de febrero de 2003 en el atentado cometido por las Farc con un carrobomba en el Club El Nogal, en Bogotá. Se estima que en el club estaban más de 500 personas. Unos cenaban, otros se divertían, otros conversaban o simplemente estaban allí acompañando a un familiar o a un amigo cuando estalló el coche bomba que desgarró la vida de 36 personas y dejó más de 200 heridos.
Sus familiares no olvidan a Antonio, Bella Nancy, Catalina, César, Dora, Eduardo, Fernando, Germán, Gustavo, Hugo, Jenny, Jorge Andrés, Sergio, Yesid y otros que fallecieron también en ese siniestro.
Muchos de los heridos sufrieron lesiones que los dejaron con incapacidades severas y han tenido que batallar el resto de su vida con esos problemas de salud, con el dolor de haber sido víctimas y con el recuerdo de un hecho de terror que nunca se imaginaron.
Doce diputados del Valle de Cauca sesionaban tranquilos en el recinto de la Asamblea de su departamento aquel 11 de abril de 2002 cuando fueron secuestrados por un comando de las Farc, que, de inmediato, se los llevó en un bus hacia las montañas de esa región del país, sin que la fuerza pública hubiera podido contenerlos ni evitar que se materializara esa retención ilícita que se prolongó por más de 5 años. Once diputados fueron asesinados por sus secuestradores en junio de 2007. De esa masacre sobrevivió el abogado Sigifredo López.
Historias de dolor de numerosas víctimas: madres, padres, hijos, abuelos, hermanos, amigos, colombianas y extranjeros, víctimas de las Farc, historias que se repitieron a lo largo de casi seis décadas de violencia por las acciones de la que se considera la guerra más antigua del mundo.
Familias fracturadas por el secuestro de alguno de sus parientes y la consiguiente angustia para conseguir el dinero para el rescate. Las dolorosas historias vividas por muchas familias que quedaron en la ruina para pagar el rescate de un secuestrado que nunca regresó a casa o de quien solo devolvieron restos humanos u osamentas.
Decenas de policías y soldados que fueron hechos cautivos por las Farc y a quienes tuvieron que ver encerrados en tenebrosos lugares forrados con alambres de púas, o arrastrando cadenas en los pies o colgando en el cuello.
Historias de violencia sexual contra mujeres y niños, contra hombres o mujeres de sexualidad diversa, obligados a abandonar su propia identidad o forzados a las relaciones con miembros de esta organización, forman parte de este acumulado de víctimas.
Historia de reclutamiento forzado de menores de edad son también numerosas en el país y forman parte de los crímenes de guerra que le imputan a esta guerrilla que ahora deja las armas y de la que se espera que dejen en libertad a quienes se llevaron del seno de hogares y siguen siendo niños o niñas.
Numerosos pueblos fueron arrasados por la violencia de una incursión guerrillera en la que el objetivo principal eran las estaciones de policía, la Alcaldía, la Caja Agraria (hoy Banco Agrario), los bancos, las oficinas de telecomunicaciones, los comercios, y hasta los propios templos y hospitales.
El lanzamiento o estallido de explosivos de diversa naturaleza o con distintas modalidad: carrobomba, cilindrobomba, bicicletabomba, burrobomba, caballobomba y hasta personas obligadas a llevar estos artefactos que hacían estallar en sitios estratégicos para atentar contra la fuerza pública o determinadas personalidades.
Los campesinos desplazados de sus predios y propiedades que ingresaron a las estadísticas de pobreza en las ciudades colombianas que los acogieron luego de esa historia de desarraigo, mutilación por minas antipersona, asesinatos, amenazas e intimidaciones.
Tiempo de duelo y reconciliación
Las víctimas de las Farc en Colombia se cuentan miles y miles, quizá millones de personas que hoy viven el optimismo de los acuerdos de paz y la posibilidad de tener un país en paz, concordia y reconciliación.
Víctimas que han tenido que elaborar su duelo, solas o con el acompañamiento de profesionales, de amistades y de alguna organización no gubernamental o hasta del propio Estado colombiano.
Sin embargo, esto de los Acuerdos para la terminación del conflicto con las Farc es apenas el inicio de un proceso, de un camino, y una elaboración del duelo que muchas personas iniciaron y otros apenas comienzan, advierten expertos consultados por Caracol Radio.
El antropólogo de la Universidad de Antioquia, Gregorio Henríquez, experto en rituales y en tratamiento de duelos, le dijo a Caracol Radio: “Apenas vamos a empezar el recorrido; apenas vamos a empezar con esa caracterización de la aceptación de las víctimas, para poder entender cómo trabajar el duelo y entender específicamente qué tipos de duelos se trabajarán con ellas. En una región como Antioquia, donde tenemos subregiones y donde el conflicto ha sido específico para cada una de ellas. Será necesario trabajar en ellas el impacto cultural, social e individual”.-
Aconsejó, además, que el país debe entender la necesidad de hacer un gran duelo colectivo: “Colombia tiene el gran reto de hacer un gran duelo colectivo porque como nación no hemos podido aún hacer ese proceso. Eso implica perdonar, implica dejar ir, e implica reconciliarnos. Pero también hay que hacer un duelo individual, que implica que cada persona entre a realizar su pérdida, a blindar esas cicatrices que quedan en un posconflicto, que quedan de la afectación sufrida”.
Recordó que en muchas familias han perdido tres o cuatro, cinco o seis personas, o más, han perdido sus tierras y sus elementos personales, y ahí hablamos de un duelo. “Por eso, una vez se firme este acuerdo ahí hablamos de un verdadero proceso de paz, porque empezaría un verdadero proceso de reconciliación y empezaría el camino de la aceptación. El duelo es aceptación y me habla de elementos como conmemorar, traer a la memoria, hacer memoria… Esta no será una tarea de unos meses, un año o dos años: emprendemos una tarea de reconciliación, de reencontrarnos, de que estas víctimas puedan contar su historia y escuchar la historia de los mismos victimarios para poder entender cómo se produjo la pérdida que ha sufrido”.
Un reto para este país polarizado pero deseoso de encontrar ese camino y hacer, juntos, ese recorrido.