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"Soy hincha de un equipo humilde" por Alejandro Mejía
Ser hincha de un equipo ganador es fácil, mucho. “Que mi equipo es el más veces campeón”, “que el mío es el rey de copas”, “que el mío dominó en los 80”.
En 1992 tenía 13 años y lo único que me importaba del fútbol era jugarlo. Ser hincha o no me era indiferente. En mi casa todos son hinchas de Nacional, así que –supongo, por inercia- yo también era hincha del verde de la montaña. Es solo que, como ya dije, el fútbol solo me importaba para jugarlo –y a eso súmele que soy un paquete-, para nada más.
Reconozco que celebré como propio la Libertadores del 89. Grité con mis hermanos (mi papá estaba en el estadio) y al otro día sentí orgullo paisa cuando el avión de SAM pasó sobrevolando la ciudad con todo el equipo que llegaba de Bogotá. Pero algo dentro me decía que no, que ese no era mi equipo, que yo no había nacido para ser campeón tantas veces. Que me iban a gustar las cosas más sufridas.
Entonces, en 1992 yo era un preadolescente de 13 años, más interesado en el rock y en la comida que en los deportes. Me pasaba el tiempo hablando con mis compañeros del colegio de Bon Jovi, Poison, Guns and Roses, Motley Crue y a la hora del recreo era cuando el fútbol entraba en la vida. No antes. Mis compañeros del salón sí eran más futboleros que yo. Estudié con Pipe y Sebas de Tr3s de Corazón, con quienes tengo una amistad muy buena –y con quienes he trabajado en la realización de varios videos musicales de su banda-. Ellos sí eran seguidores. Eran hinchas. Uno verde y uno rojo.
Quizás por mi amistad un poco más cercana con Sebas me interesé por el Deportivo Independiente Medellín, el rojo de la montaña. El equipo que para ese año tenía un par de estrellas decorando su escudo. Dos estrellas, así mismo como los dientes de Goofy. Las mismas estrellas que llevaban ahí desde 1959.
Tan solo un año antes Nacional había sumado la quinta a su escudo –más la Libertadores 3 años atrás- y, como era de esperarse, las burlas hacia los hinchas del DIM eran el pan de cada día. Por fin sentí simpatía por un equipo. Sentía que si el equipo no había ganado era por algo ajeno a sus ganas. Sentía que mientras los del frente estaban obligados a ganar, para los del Medellín la anhelada estrella era una apuesta a pérdida.
Fue entonces que decidí ser hincha de un equipo de los llamados humildes. Por eso disfruto el sabor de la victoria. Porque llega luchada. Porque cada triunfo, cada estrella, cada clásico ganado no tiene el sabor del “obligado” sino de la gana.