Yo nunca fui un crack. Fui de esos que jugaban en un nivel mediocre. Que de vez en cuando se hacían una jugada linda y metían un par de buenos goles. Era de esos que escogían al final, cuando solo quedaban tres compañeros más –y entonces uno sabía que no era el más malo del salón-. Me gustaba jugar de huevero, de esos que se quedan en el área enemiga esperando cualquier balón para hacer un gol y celebrarlo como si con ese tanto se acabara de ganar una copa mundo. Fui odiado por arqueros y compañeros que sí se partían el lomo peleando y disputando balones en la mitad de la cancha. Yo no. Yo los esperaba en una eterna modorra que con los años se convirtió en barriga y pereza clínica.
Pero hasta a la mosca más fea le llega su bollo. Descubrí que hasta los anticracks también podemos ser los mejores. Ese equipo se llamaba “el equipo de los nerdos” y ahí jugábamos todos los que no sabíamos pisar bien un balón. En ese equipo todos brillábamos, aunque fuera con luz opaca.
Siempre habrá una oportunidad para el más feo. Siempre habrá una oportunidad para los que no fuimos cracks.