Los voluntarios tenían que puntuar su mayor o menor incomodidad ante los siguientes escenarios: relacionarse con extraños, tratar con individuos del sexo opuesto, hablar en público, expresar a alguien nuestras discrepancias, recibir críticas, hablar con gente superior a nosotros en el escalafón social o profesional, beber en público, trabajar en grupo, trabajar mientras estamos siendo observados y acudir a una fiesta.
La primera conclusión es que nada nos estresa más –al margen de los géneros– que ser reprendidos por alguien. Pero la brecha entre la sensibilidad masculina y femenina se aprecia sobre todo en el segundo supuesto más votado: el de mantener una conversación con alguien del sexo opuesto. Las mujeres, según admitían las encuestadas, lo pasan entonces bastante peor que los hombres.
La explicación podría encontrarse en el tradicional rol de pasividad impuesto por la sociedad a las mujeres.