¿Qué hacer? Nada. Faltaban solo cinco minutos para acabarse el partido. Nadie iba a recordar el tiro en el travesaño de “la gambeta” Estrada a pase del “bendito” Fajardo. Nadie iba a recordar el globito de Higuita a Klinsmann que terminó en falta porque perdió el balón y ya se le volaba el alemán. ¿Quién iba a mencionar siquiera la jugada con más de quince pases seguidos que Colombia hizo en las mismas narices alemanas? ¡Nadie!
Tan pronto Alemania terminó de celebrar su gol yo grité con mis pulmones inflados de aire preadolescente el hijueputa más honesto que había lanzado hasta el momento. Agarré mis pocos corotos y me fui hasta el baño a dejar en el inodoro toda la fuerza acumulada. Bajé mis pantalones, me senté al trono y apoyé sobre mis muslos los codos, dejando que mi cumbamba reposara sobre las palmas de mis manos; y mientras mi mente recordaba la jugada que nos devolvía desde Italia hasta la tierra del Sagrado Corazón dejé que mi intestino dejara libre lo que ya no tenía nada de nutrientes para ofrecer.
La verdad solo supe por la repetición que Leonel había recuperado un balón; se lo había pasado al “Pibe” que casi lo pierde y en una triangulación entre Leonel-“Bendito”- “Pibe” los alemanes se confundieron y corrieron a marcar a “la Gambeta” que ya se perfilaba como el candidato idóneo para el pase del mono. Pero no; Valderrama reconoció muchos años después que nunca pensó en mandársela a Estrada porque “ese güevón se hubiera puesto a mariquiar con la pelota”, así que esperó a que todos corriera para el lado que no era y el pase se fue directo al negro Rincón.
No, yo no vi eso en vivo. Lo tuve que ver en la repetición. En ese momento yo estaba cagando. Ha sido el bollo que más felizmente he cortado en mi vida.