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‘No hay nada tan original como nosotros’: Arctic Monkeys

Laura Moreno
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¿Qué quieres saber de nosotros? Dispara lo que tengas preparado”. Alex Turner (Sheffield, 1986) se estira con desgana en el sofá de un hotel lujosamente estrambótico, de esos que sólo pueden existir en Benidorm. Son las 17 horas del sábado 20 de julio y en apenas un rato, a las 23.15 h., está prevista su actuación en el Festival Internacional de Benicàssim con Arctic Monkeys, el grupo en el que ejerce de cantante, letrista y guitarrista. A su lado, Matt Helders, misma edad, mismo origen pero batería, chatea hipnotizado con el móvil, ajeno a mi presencia.

No parecen nerviosos. Ni siquiera han oído hablar de los problemas financieros de Maraworld, la empresa del dueño del FIB, el irlandés Vince Power, que casi se llevan por delante uno de los eventos musicales más importantes de España. “¿Qué dices? Vaya, sería una pena. Siempre hemos dado conciertos muy locos allí. En pocos sitios te puedes ver envuelto en situaciones tan divertidas como en la piscina que hay en la zona VIP de Benicàssim, con el resto de artistas rulando por ahí”.

Lejos queda ya la época en que Whatever people say I am, that’s what I’m not (2006) se convirtió en el debut más vendido de la historia de la música británica, tras su explosión como un gigantesco fenómeno en Myspace. Al contrario que la red social de Justin Timberlake, el cuarteto de Sheffield (Reino Unido) ha conseguido permanecer en el trono gracias a una intuitiva capacidad de reinvención que sigue estirándose en su quinto disco, AM, que se publica el 9 de septiembre y que presentarán en España en noviembre (el 15 en Madrid; el 16, en Barcelona).

Hay quien señala a estos chicos nacidos entre 1985 y 1986 como la voz de su generación. “Es algo que odiamos. No somos ningún icono de nuestra época. Es la manía de siempre de comparar nuestra trayectoria con lo que supuso The Clash a finales de los 70. Esa presión es una mierda, pero ya no nos afecta. Nuestro único objetivo es acercarnos a la grandeza de lo imperecedero”, dispara el cantante al comienzo de su encuentro con ROLLING STONE, quien reconoce, de paso, que el título del nuevo álbum es un guiño al disco homónimo de 1969 de la Velvet Underground: “Estamos justo en ese momento como banda. El rollo de las iniciales es, simplemente, porque suena más molón”.

Alex Turner no habla, paladea las palabras para darse importancia. Aunque la prensa británica siempre le ha dibujado como un chico reservado, que huye del contacto visual, en este encuentro exclusivo –ésta es la única entrevista que ha concedido a la prensa española– fija sus ojos retadores en los del periodista. Tras actuar en 2012 en la ceremonia de los Juegos Olímpicos de Londres o encabezar el cartel de la última edición de Glastonbury, sabe que éste es su momento de gloria. “Es cierto que hubo un tiempo en que hablar con los medios me resultaba incómodo. Tener que contar una y otra vez cosas sobre mí mismo a gente que no conocía, me parecía de locos. No lo entendía. Pero mírame ahora, aquí estoy contigo, y nos lo estamos pasando bien, ¿no?”.

El que no se lo pasa bien –al menos no conmigo– es Matt Helders, quien apenas participa en la conversación, si acaso, para susurrar algo al oído de Turner. De repente, me viene a la cabeza un extraño suceso que casi le aparta de la música en 2010: practicando boxeo, tuvo una lesión muy grave en el brazo izquierdo y tuvieron que insertarle una placa de metal para que pudiera seguir tocando la batería. No puedo evitar mirar, con cierto morbo. Y localizo una cicatriz brutal que le recorre el brazo. Como si me hubiera leído el pensamiento, el músico, un chico fornido, se levanta y se coloca detrás de mí. Respiro tranquilo cuando le escucho manipular la máquina de café.

A las 18 horas, en la posterior sesión fotográfica, conozco a El Mánager de Hielo, un tipo maduro de piel tostada, con chanclas hawaianas y gafas de sol amarillas, que, al parecer, jamás pierde los nervios. La imagen del conjunto es surrealista: estamos en medio de la nada, en una zona desértica desde donde se vislumbra el grotesco skyline de Benidorm, repartidos en torno a un Cadillac espectacular del 75, de donde los músicos entran y salen, posando en las posturas más inverosímiles. “Me pregunto cuánto costará este carro. ¿Sabes si el capó es eléctrico o manual?”, me consulta el mánager, más preocupado por el coche que por tener que atravesar a toda velocidad 230 kilómetros de la costa levantina para llegar a tiempo a Benicàssim, para la actuación de esa misma noche.

“Nos gustan los sitios remotos, alejados de la civilización, tienen un aura espiritual realmente inspiradora –comenta Turner–. Para la producción de nuestro tercer disco, Humbug [2009], Josh Homme nos llevó al desierto de Mojave. La gente suele relacionar sitios como Joshua Tree con experiencias alucinógenas y todo eso, pero se trata de algo mucho más profundo que tragarse unas setas. Sentimos algo tan especial que en este nuevo trabajo hemos buscado cualquier excusa para regresar ahí. Josh sólo interviene 30 segundos en la canción Knee socks, pero nos ha servido para volver a visitarle”. La aportación del líder de Queens Of The Stone Age se reduce a unas voces ululantes y misteriosas, pero su característico rock pesado está presente en AM. “Quizá no es tan evidente, pero sí diría que, si no hubiéramos trabajado con él hace tres años, no habríamos llegado nunca al punto en el que estamos hoy. Nos abrió mucho la mente”, concede el británico, quien a su vez participa en la canción Kalopsia de …Like clockwork (2013), el último disco de QOTSA.

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