Gruen promocionando su muestra, Rock Seen , en el Centro Cultural Borges: una estrella de verdad sobrevolanto el jet-set de cabotaje. El fotógrafo de todos los mitos del rock de los 70 y 80. Hoy, Gruen usa corbata y desde su óptica el gesto de la modelo no se parece nada, por ejemplo, al de esa otra foto suya, en la que Sid Vicious se enchastra la cara con la mostaza del pancho. El punkismo de la muchacha le debe resultar una réplica devaluada del original, que se animaba a todo, por nada. Por eso, aunque se presta al juego, Gruen es estricto a la hora de elegir lo que cuelga en las paredes del centro cultural.
Sus fotos no sobresalen tanto por la técnica ni por otra característica creativa sino por su valor testimonial, por el talento de estar en el lugar justo a la hora indicada. En 1970 un amigo le hablo de una diosa negra. Era Tina Turner, Gruen clavó la cámara, abrió el obturador y empezó a disparar flashes tratando de captar el torbellino de energía arrolladora. Tina quedó encantada con las fotos y fue su hada madrina en el paraíso de las discográficas. Luego llegaría un puesto en la revista Rock Scene, que fue su pase libre al avión de los Led Zeppeling, el tocador de los Kiss y la cama de John y Yoko. Igualmente el joven de rulos descontrolados nunca quitó su ojo del under. En 1976 viajó a Londres sin más referencias que el número telefónico de Malcom McLaren. Podemos imaginar lo que sigue, y si no, ahí están las fotos.
Predominan los retratos pero hay también algunas tomas del entorno. En el escenario del CBGB, la travesti Divine intenta comerle la cabeza a uno de los Dead Boys. En la vereda del Max’s Kansas City un grupo de vagos resiste la vuelta a casa con el sol arriba de las cabezas. En un rincón de la sala se recrea la habitación de un adolescente. Hay una cama, las sábanas revueltas, la ropa en el piso y las paredes tapizadas con las fotos de Gruen. En esto también fue preciso: ni computadora, ni consola de videojuegos. El mural es un mapa de su obsesión por registrar todo lo que estaba pasando y al mismo tiempo es también el símbolo del imaginario de una generación que devino pieza de museo.