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Las estrellas del rock n’ roll, todas juntas y en el museo

Laura Moreno
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Gallery Night palermitano. Calor sofocante. La chica posaba, arqueaba la columna como una gata y lamía la bocha de helado que se le caía –la dejó caer- sobre los pechos. Ella sigue, hace como si nada, Bob Gruen, “el fotógrafo de John Lennon, estaba enfrente apuntándole con la cámara.

Gruen promocionando su muestra, Rock Seen , en el Centro Cultural Borges: una estrella de verdad sobrevolanto el jet-set de cabotaje. El fotógrafo de todos los mitos del rock de los 70 y 80. Hoy, Gruen usa corbata y desde su óptica el gesto de la modelo no se parece nada, por ejemplo, al de esa otra foto suya, en la que Sid Vicious se enchastra la cara con la mostaza del pancho. El punkismo de la muchacha le debe resultar una réplica devaluada del original, que se animaba a todo, por nada. Por eso, aunque se presta al juego, Gruen es estricto a la hora de elegir lo que cuelga en las paredes del centro cultural.

Son 70 fotos gran formato que van desde Elvis gordo y sonriente en sus últimos años, hasta Prince en Rock in Río; desde Bob Dylan en el mítico Newport Folk Festival hasta Siouxie Siux fumando aburrida en una fiesta súper exclusiva. Están casi todas las figuritas. Dice Virginia Fabri, curadora de la sala, que de la primera propuesta, Gruen dejó afuera a Madonna. En cambio, y esto no lo dice Fabris pero se ve, puso varias de Deborah Harri, princesa del new wave y amiga íntima del fotógrafo. La curadora intenta explicarlo: “Vivió ese mundo desde adentro, para él, para su generación, el rock fue una elección de vida, no sabían bien a dónde iban ni cómo iban a terminar, de hecho, muchos de los que vemos acá murieron de manera trágica, él es un sobreviviente”. Así parece.

Sus fotos no sobresalen tanto por la técnica ni por otra característica creativa sino por su valor testimonial, por el talento de estar en el lugar justo a la hora indicada. En 1970 un amigo le hablo de una diosa negra. Era Tina Turner, Gruen clavó la cámara, abrió el obturador y empezó a disparar flashes tratando de captar el torbellino de energía arrolladora. Tina quedó encantada con las fotos y fue su hada madrina en el paraíso de las discográficas. Luego llegaría un puesto en la revista Rock Scene, que fue su pase libre al avión de los Led Zeppeling, el tocador de los Kiss y la cama de John y Yoko. Igualmente el joven de rulos descontrolados nunca quitó su ojo del under. En 1976 viajó a Londres sin más referencias que el número telefónico de Malcom McLaren. Podemos imaginar lo que sigue, y si no, ahí están las fotos.

Predominan los retratos pero hay también algunas tomas del entorno. En el escenario del CBGB, la travesti Divine intenta comerle la cabeza a uno de los Dead Boys. En la vereda del Max’s Kansas City un grupo de vagos resiste la vuelta a casa con el sol arriba de las cabezas. En un rincón de la sala se recrea la habitación de un adolescente. Hay una cama, las sábanas revueltas, la ropa en el piso y las paredes tapizadas con las fotos de Gruen. En esto también fue preciso: ni computadora, ni consola de videojuegos. El mural es un mapa de su obsesión por registrar todo lo que estaba pasando y al mismo tiempo es también el símbolo del imaginario de una generación que devino pieza de museo.

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